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NEO BATLLISMO


El período neo-batllista

Llama la atención a nuestra altura histórica que si tantas y tan sustanciales fueron las
identidades entre la experiencia uruguaya del neo-batllismo, la argentina del peronismo y la
etapa brasileña Vargas-Kubitschek-Goulart, sea tan “a posteriori” que esta afinidad se
subraya. Aquí, debe suponerse, es el mismo carácter amortiguado del fenómeno el que
tiene que ver con esta falta de ostensibilidad, de saliencia, con esta –dígase– baja tensión
de su modo de incidir. Y el mismo término: “neo-batllismo”, con que se le suele distinguir
representa, de seguro, el más claro fundamento de esa tibieza, de esa flojedad. Debe
admitirse, claro está, que el mero uso del rótulo no descartaría por sí mismo la originalidad
del fenómeno ni tampoco lo haría el diagnóstico tardío sobre su verdadera naturaleza: al
fin y al cabo peronismo

Características del neobatllismo

* Real de Azúa, Carlos,
“Uruguay, ¿una sociedad amortiguadora?”, EBO-CIESU, 1984,
págs. 60-65

 Debe observarse aunque esta aptitud para canalizar nuevos reclamos tuvo su
cara opuesta en un algo más negativo: una corriente político-social nueva que es entubada
por vías preexistentes pierde siempre mucho de su energía original al ser tramitada, aun
dócilmente, por un aparato institucional demasiado viejo.
Si la tradicional aptitud receptiva del sistema político para nuevos significados queda así
apuntada, procede también marcar esa otra constante del desarrollo uruguayo que representó
la menor preeminencia comparativa de una clase superior y dominante a planos económico,
político, social y cultural. Es posible que esa situación haya sido la razón bastante segura de
que en este populismo uruguayo lucieran con una debilidad cercana a la invisibilidad esas
consignas igualitarias y antioligárquicas que tanta estridencia cobraron y aun tanta
trascendencia tuvieran en el proceso argentino posterior a 1946.
Pero si seguimos mirando a la estructura social se hace relevante asimismo la sustancial
ausencia de esos sectores marginados de modo total, tanto en términos espaciales como
socio-culturales, que caracterizaron los puntos de partida argentino y brasileño y cuya
primera movilización política tanto impacto ejerció (53). Si se le coloca simétricamente
con el registrado antes es fácil advertir que los dos polos de explosividad del sistema –el
superior, el inferior– quedaban de esta manera singularmente embotados. La síntesis posible
es, entonces, que con escaso desplazamiento del eje del poder social y casi ninguna amenaza
de promoverlo –aun con escasísima perspectiva de una irrupción que viniera de los niveles
bajos según el temor de la clase alta fuera capaz de inferirlo– el populismo neo-batllista –
que aun con tantas restas lo fue– consistió a nivel social en un simple desplazamiento de
acento. Digamos: un desplazamiento del acento redistributista hacia los sectores menos
favorecidos aunque siempre dentro de una coalición de clases y grupos que no sufrió
ninguna radical transformación.
También el neobatllismo experimentó la misma dificultad y aun la misma reticencia en
movilizar el coligante nacionalista que ya fue marcado en el batllismo original y en la etapa
de democracia radical de las primeras décadas del siglo (54)). Las variables “dimensión” y
“consistencia” nacionales entran igualmente en juego aquí y muchas razones militan para
que en el país no se haya dudo con hondura de pasión colectiva nada parecido al nacionalismo
de entonación “ufanista” que han conocido o conocen Argentina, Chile, Brasil o México.
Tampoco, sin embargo, debe olvidarse en este punto la cuestión decisiva del “quantum”
de presencia foránea sobre todo en el área económica y en los fenómenos visibles de
dependencia y mediatización de las decisiones nacionales en que pudiera manifestarse. En
este plano ya había cambiado bastante la condición del país puesto que el Convenio Militar
de Asistencia Recíproca con los Estados Unidos fue ratificado en 1953 y las nuevas corrientes
de redependencia económica y financiera estaban en curso. Pero así como la reivindicación
nacionalista tradicional fue articulada entre 1910 y 1930 a través del partido opositor,
entonces, a partir de 1945 y 1950, las nuevas expresiones del nacionalismo y el
antimperialismo que reforzaron la tenaz presencia de aquélla corrieron por vías
sustancialmente separadas (intelectuales, universitarias) del proyecto político e ideológico
que desde el poder se propiciaba. Es de creer que también esta simetría vale la pena de
subrayarse, aunque sea para aceptar enseguida que queda abierto al debate si los fenómenos
de la dependencia, la explotación económica, la mediatización de las decisiones en materia
política interna o externa eran tan débiles como podría de lo anterior inferirse o, simplemente,
se hacían todavía menos perceptibles de lo que después se hicieron o, cuando menos,
parecían menos contradictorios al proyecto de país al que esa mayoría adhería.
Lo cierto es que la línea internacional de Luis Batlle y su partido permaneció fiel a la línea
pro-occidental y pro-defensa hemisférica que se había implantado firmemente en el Uruguay
en la década del cuarenta como verdadera pauta internacional. Sobre esta base, empero,
el populismo uruguayo se unió, aunque moderadamente, a ciertas modulaciones argentinas
 




y brasileñas de política exterior, algo que puede decirse, en especial, respecto a las metas
concretas que éstas seguían. La afirmación “occidentalista” fue así aguada –y aun se
podría decir condimentada– cuando ella apareció unida (como lo hizo el gobernante en
ocasión de su viaje a los Estados Unidos y, crecientemente, en los últimos tiempos de su
mando) a cáusticas observaciones sobre la calidad de la democracia que los Estados Unidos
decían propiciar en Latinoamérica y a perentorios reclamos de apoyo a los planes de
desarrollo económico e industrial que el Uruguay, entre otras naciones del hemisferio,
comenzaba a concebir. Y mayor violencia adquirió aun su denuncia del sabotaje que los
grandes consorcios internacionales de comercialización lanera hacían objeto a la exportación
uruguaya de la fibra, cuando ésta empezó a presentarse, según lo hizo desde entonces, en
estado semi o totalmente elaborado (55).
El componente nacionalista de esta peculiar experiencia populista fue, empero, aun con
estos énfasis, comparativamente débil. Es este un dictamen que, como resulta fácil advertirlo,
se alinea en forma notoriamente coincidente con todos los anteriores, lo que también
ocurre con aquél que merecen otros dos y complementarios elementos que nos faltan
agregar para cerrar este balance.
Uno es relativamente menor y tiene que ver con la personalidad misma del líder, variable
estratégica de indudable relevancia en el tejido de las coaliciones populistas. Político
profesional de raza, brioso gallo de pelea parlamentaria y periodística, Luis Batlle Berres,
pese a cierta módica aptitud de arrastre que sería aventurado calificar de “carismática”,
estuvo siempre mucho más cerca del dirigente partidario de un sistema pluralista estable
que del tipo lideral que pudieron representar en América Latina Getulio Vargas, Perón o aun
el general Carlos Ibáñez.
Pero muchas de las diferencias que pudieran anotarse entre estos y el dirigente uruguayo
dimanaron en buena parte de la escuela y aun de la tradición en que fue formado. En este
paso final de la presente reflexión, postulo simplemente que la muy consistente tradición
liberal, radical y laica que el cuasi-populismo y su líder asimilaron no dejó de ejercer
considerable influencia. Batlle “el joven”, personalmente, a través de una firme socialización
ideológica familiar; su partido que, pese a considerables retoques se siguió diciendo fiel al
viejo batllismo (56), cargaron a la postre contenidos que, pese a tantas diluciones, no
fueron fácilmente convertibles a esos típicos compuestos doctrinales (“justicialismo”,
“trabalhismo”) que sostuvieron a las políticas populistas. Póngase nada más que el caso de
la enérgica orientación antifascista que desde los años treinta y por más de un cuarto de
siglo se generalizó y ahondó en el país. Supongo que no exige dilatada demostración la de
que no representó un componente fácil de integrar en esos pragmatismos oportunistas,
muy nutridos empero de elementos religiosos, militares, nacionalistas y hasta telúricos con
que las doctrinas populistas se presentaron en Latinoamérica a esa altura de su desarrollo

NEOBATLLISMO EN EL URUGUAY

El "nuevo batllismo" fue la fracción del Partido Colorado liderada por Luis Batlle Berres (1897-1964), sobrino del mítico José Batlle y Ordóñez. Este grupo político signó una época de prosperidad en el país, fruto en buena parte de la situación mundial. También el aparato estatal y la intervención del gobierno en la vida social y económica se hicieron cada vez más fuertes.

Luis Batlle Berres, Presidente de la República 1948-1951

La Segunda Guerra Mundial hizo crecer la demanda de alimentos y otras materias primas de las cuales el país es productor y, a su vez, hizo necesario que se fabricaran aquí productos tradicionalmente importados que habían dejado de fabricarse en los países ayer vendedores y ahora afectados por la guerra. Durante la Guerra Fría, Uruguay girará en torno a Estados Unidos.

El neobatllismo  fue apoyado por los empresarios industriales y por los trabajadores de las nuevas industrias, también por los funcionarios públicos. Estos sectores eran importantes en número y fueron el sostén del Partido Colorado con un perfil decididamente urbano. En tanto los hacendados, los banqueros y financistas, fueron sus opositores así como el Partido Nacional, más orientado hacia el campo y nuevos partidos políticos vinculados a los obreros.


En este contexto llega al gobierno Luis Batlle Berres quien era partidario de un estado interventor que articulara armoniosamente los intereses de capital y del trabajo. Como su tío, pensaba, también, que el Estado debía garantizar la igualdad de oportunidades a través de la educación pública y de fácil acceso para todos. La propuesta buscaba amortiguar la lucha de clases a través de la redistribución de los ingresos pero sin oponerse a la existencia de clases sociales.
Según sus palabras “al lado de la industria que crea la clase media, al lado de la industria viene el salario bien remunerado del obrero, al lado de la industria viene el capital, al lado de la industria viene toda la organización administrativa bien paga, al lado de la industria se realiza y se hace una riqueza que se reparte entre los trabajadores porque la industria lo que necesita son brazos y entonces a los brazos es a donde llega el reparto justo la ganancia que provoca es industria, y en ese sentido tenemos que hablar con claridad al pueblo: no están haciendo como lo pretenden algunos que falsean la verdad, capitalismo para los capitalistas, no, están haciendo riqueza para que llegue al pueblo, para que se reparta entre los hombres de trabajo...” (Luis Batlle, 10/10/1948).
En el plano económico el Neobatllismo puso el acento en el desarrollo de la industria considerando que además de producir riqueza generaba fuentes de trabajo. La industrialización debía ser promovida y defendida por el estado a través de la protección aduanera, tipos de cambio favorables, menos impuestos, etc.
Consideraba además que el Estado debía encargarse de aquellas actividades que se consideraban servicios públicos imprescindibles o que requerían un nivel de inversión que no podían hacer las empresas privadas.



Como estrategia de gobierno Luis Batlle trató de lograr alianzas con otros sectores políticos dentro y fuera del Partido Colorado. Se entrevistó con el principal dirigente blanco, Luis Alberto de Herrera, llegando a una “coincidencia patriótica”: el herrerismo apoyó algunas de las medidas del presidente y a cambio éste designó a varias figuras herreristas para cargos jerárquicos. Estas designaciones a cambio del apoyo, que la población llamaba “el reparto”, significó un aumento considerable de los puestos en la administración pública y el consiguiente aumento de los gastos (por ejemplo el Instituto de Jubilaciones se dividió en las Cajas de Industria y Comercio, Civil y Rural lo que implicó la creación de 15 cargos de directores). Pero pronto el herrerismo pasó a hacer oposición al gobierno reflejando las posturas de los sectores rurales.



Una de las primeras obras de gobierno fue la nacionalización de los ferrocarriles, los tranvías y las aguas corrientes que estaban en manos de empresas inglesas, fue esta la forma de cobrar la deuda que Inglaterra tenía con Uruguay y prácticamente fue impuesta como solución por los ingleses en lugar de pagar en libras por de carne y lana durante la Guerra. Con las empresas nacionalizadas se crearon nuevas empresas estatales: con los tranvías se creó la Administración Municipal de Transportes (AMDET, 1947), con los ferrocarriles se formó la Administración de ferrocarriles del Estado (AFE, 1952) y con las aguas corrientes se instalaron las Obras Sanitarias del Estado (OSE, 1950). De esta manera se amplió la esfera de acción del estado en la economía y se aumentó el número de funcionarios públicos, multiplicándose las oportunidades de ofrecer empleos públicos a cambio de votos.




El eje de la política económica neobatllista fue la promoción de la industria, especialmente la de sustitución de importaciones. El modelo ISI, como se le llamó, aprovechaba la debilidad transitoria provocada por la guerra mundial en la industria europea para hacer nacer una industria propia. Las herramientas empleadas para el fomento industrial incluyeron aranceles preferenciales, exoneraciones fiscales, créditos baratos y tipos de cambio favorables. Así creció una industria de artículos de consumo -ropa, alimentos, bebidas, textiles- que exigió mano de obra e impulsó el desarrollo de sectores comerciales y de servicios.

La política proindustrial se financió con las divisas provenientes del sector agropecuario. Para el neobatllismo, la actividad primaria debía suministrar los capitales para el desarrollo manufacturero, que actuaría como dinamizador general de la economía. Esta transferencia de recursos del agro a la industria se concretó a través del contralor del comercio exterior y la política de cambios múltiples, instrumentos ambos que habían sido ya empleados desde el período de Terra.
El contralor del comercio exterior consistía en asignar prioridades de valor, procedencia o destino a las exportaciones o importaciones, según el interés del país. La política de cambios múltiples implicaba que la cotización de la divisa variaba en función de tales criterios. Lo que sucedía en todos los casos, sin embargo, era que el estado "compraba" barato el dólar que ingresaban los exportadores por los productos del agro y vendía "caro" el que requerían los importadores. Como el monopolio del contralor lo tenía el Banco República, la diferencia quedaba a favor del estado. Esa diferencia subvencionaba las actividades económicas de interés -por ejemplo, la industria- o cubría necesidades del estado, como el presupuesto público o el pago de la deuda.
Ejemplo de esta política es la fijación en 1947 en los $1,52 lo que recibirían los exportadores (de carne, lana, etc) por cada dólar que ellos recibían del exterior y que debían entregar al Contralor de Exportaciones; y a los importadores uruguayos se les cobraba $1,90 por cada dólar que se les entregaba para pagar mercadería importada. La diferencia de 38 centécimos por dólar quedaba en manos del Estado para dar créditos a los industriales, o cobrarles menos impuestos, o cobrarles menos los dólares que precisaban para importar combustible o maquinaria. Se producía una transferencia de ingresos desde un sector (los exportadores agropecuarios, o sea los estancieros) hacia otro sector (los industriales). En l947 un decreto clasificó las importaciones en tres categorías fijando distintos valores a los dólares entregados y dos años después la clasificación en tres tipos también se aplicó a las exportaciones.
Otra forma de proteger a la industria nacional fue mediante el sistema arancelario (impuestos de aduana), poniendo impuestos altos a los productos extranjeros que podían competir con los fabricados en Uruguay o bajando los impuestos a aquellas importaciones necesarias para las industrias como maquinaria y combustibles; a esto se sumó el no cobro de impuestos a las industrias nuevas o a la ampliación o modernización de fábricas y los préstamo del Banco República con bajos intereses a largo plazo.
Estas medidas y la situación internacional (los países europeos, tradicionales abastecedores de productos industrializados, estaban en plena reconstrucción después de la guerra) favorecieron el crecimiento industrial. Se destacaron las industrias dinámicas en contraposición con las tradicionales. Entre las primeras se encuentran los productos eléctricos, química y derivados del petróleo; entre las segundas: alimentos, bebidas y cueros. La mayor parte de la producción se dedicaba al consumo interno con la excepción de los tops (lana lavada y peinada) que se exportaba. El desarrollo industrial también benefició a otros sectores económicos como ciertos cultivos vinculados a la industria (remolacha, caña de azúcar, cebada cervecera, maní, tabaco, girasol, arroz).
Por otra parte la subdivisión de la tierra como forma de terminar con el latifundio y mejorar la producción agropecuaria fue encarada con la creación del Instituto Nacional de Colonización (1948). Este tenía como cometido comprar latifundios improductivos, dividirlos y repartirlos entre colonos a quienes se apoyaría con la difusión de mejoras técnicas. La Asociación Rural y la Federación Rural se opusieron y acusaron al gobierno de querer implantar “una reforma agraria de tipo comunista” y finalmente impidieron que el Instituto de Colonización cumpliera la función para la que había sido creado.





El Estado tuvo una función esencial en la industrialización, pero no sólo a través de las medidas proteccionistas sino en las políticas redistributivas que aseguraron una capacidad de consumo importante a la población. Único medio viable, dadas las circunstancias, de compensar la estrechez del mercado interno. La salida al mercado internacional era poco verosímil dado el bajo nivel de competitividad de la mayor parte de la industria nacional, creada y mantenida al abrigo de las barreras aduaneras
De esta manera las medidas económicas fueron acompañadas por medidas de carácter social. Se creó el Consejo Nacional de Subsistencias (1947) para controlar los precios de los artículos de primera necesidad y se subsidiaron los alimentos básicos como la carne, el pan y la leche (el estado daba una compensación a los productores y fijaba el precio de la venta al público). Desde 1943 venían funcionando los Consejos de Salario donde obreros y patrones discutían los salarios que se pagarían y el estado participaba a través de un delegado. Además el estado absorbió mano de obra a través del empleo público no existiendo desocupación a pesar que el campo seguía expulsando trabajadores. Se creó además el Consejo de Asignaciones Familiares extendiendo los beneficios que recibían las familias de los trabajadores (prestaciones a los hijos de los trabajadores, asistencia hospitalaria en el parto, salario por maternidad, etc). Estas medidas complementaban otras tomadas en el período de gobierno anterior (indemnización por despido a todos los trabajadores, derecho a vacaciones pagas, compensación por desocupación y bolsas de trabajo para los obreros de frigoríficos y barracas de lana y cuero, estatuto del peón rural) que hicieron de los años 40 una década de triunfos para los reclamos de los gremios obreros.
El tema de la justicia social tomaba un lugar preferencial en el esquema neobatllista porque, aparte de un apoyo fundamental al crecimiento industrial, era percibido como la fuente más segura de estabilidad política. Convencido de que todas las sociedades se transforman por evolución o revolución, el Presidente Luis Batlle defendía la idea de que la anticipación a los reclamos populares era el camino más seguro para una democracia durable y para la paz social. Según sus propias palabras, en el discurso de asunción del mando, "apresurarse a ser justos es luchar por el orden y es asegurar el orden".




La "Suiza de América", como se identificó a nuestro país en éste período, se asentaba en una sociedad próspera e integrada; o eso creían muchos uruguayos. Pero detrás de esta mirada, la crisis germinaba. 
La política neobatllista dividió las aguas: los obreros, un amplio espectro de clases medias y los industriales, vivían su hora de gloria. Un contingente desmedido de empleados públicos dependía del Estado, que extendía sus protectores brazos confiado en un desarrollo económico sin fin. El trabajo y la educación eran un camino seguro al bienestar y al ascenso social de las capas populares y medias.
Pero los estancieros veían el decrecimiento de sus ganancias en aras de una industria estrecha que producía para el mercado interno. No sentían que se atendiera al agro, de donde provenía la riqueza del país. Los grandes comerciantes, los banqueros: todos quienes tenían empleados a su cargo, veían con temor la profusión de leyes que beneficiaban al trabajador y sentían el peso de la burocracia en el bolsillo.
Políticamente, los apoyos al Neobatllismo se redujeron a la lista 15. Dentro del Partido Colorado se repetía la vieja división, aunque esta vez la oposición conservadora estaba constituida por los hijos de Batlle y Ordóñez, atrincherados en el diario El Día y en la "lista 14". El gran enemigo de Luis Batlle era, no obstante, Herrera, y por cierto, el viejo caudillo no escatimó críticas contra su adversario. Sus dardos apuntaban a la política económica, a la legislación social, a la demagogia, al clientelismo y a la corrupción que veía encarnados en "Luisito”


Terminado el período presidencial de Luis Batlle en 1951, el nuevo presidente electo, Andrés Martínez Trueba, solo permaneció un año en el cargo. El temor de una nueva candidatura de Luis Batlle para el siguiente ejercicio apresuró a sus adversarios a buscar una forma de cerrarle el camino. Como tantas otras veces, el recurso fue la reforma de la Constitución. La Carta finalmente aprobada en 1952 resultó del acuerdo entre los sectores conservadores de El Día y el herrerismo. El texto proponía volver a un Ejecutivo Colegiado (vieja aspiración del batllismo) en el que estarían representadas mayorías y minorías. Era una fórmula aconsejable en un momento en que se requería amplio respaldo popular y sobre todo, era una manera aceptable de compartir el poder entre los adversarios de Batlle.
Entre 1952 y 1958 se sucedieron dos gobiernos colegiados, en los que tuvo mayoría el Partido Colorado. La figura de "Luisito" volvió a dominar el escenario y obtuvo la mayoría abrumadora de los votantes en el segundo período (1955-1958).

Sin embargo, en el plano económico la situación internacional era distinta: Europa había culminado su reconstrucción y su producción comenzaba a competir; además el Fondo Monetario Internacional comenzaba a ejercer presión sobre América Latina, esto sumado al final de la Guerra de Corea hizo que empezara a advertirse la caída de los indicadores que habían favorecido a nuestro país durante el primer periodo de gobierno Neobatllista. Cayeron los precios de los productos exportados por Uruguay y comenzó a disminuir el salario real. Por lo que diversos gremios comenzaron a realizar reclamos y huelgas. La economía uruguaya comenzaba a decaer. Además. En medio de este incierto contexto surgieron nuevas figuras. Algunas, como Benito Nardone, serían claves en la siguiente elección.




Hacia 1958 las dificultades llegaron al máximo: las reservas de oro habían disminuido enormemente; las exportaciones bajaban en cantidad y precio; aumentaba el déficit de la balanza comercial; la inflación era incontrolable.
A esto hay que sumarle la escasez de carne y de otros productos que tenían precio fijado y que se ocultaban para vender clandestinamente a un precio mayor al autorizado.

La impopularidad del gobierno crecía en medio de las críticas hacía la corrupción, el reparto de cargos, el clientelismo y los privilegios abusivos de los políticos (por ejemplo la ley que permitió a los legisladores importar autos sin pagar impuestos) que no eran responsabilidad exclusiva de los seis consejeros de la lista 15, pero se identificaba a esta con el gobierno y a este con los males que se padecían. Al acercarse las elecciones el gobierno trató de recuperar popularidad y se promovieron algunas leyes que satisfacían los reclamos sindicales (asignación familiar al desocupado y seguro de enfermedad a los obreros de la construcción) y estudiantiles (Ley Orgánica de la Universidad que le concedió una amplia autonomía).
Pero era demasiado tarde, las elecciones de noviembre de 1958 dieron el triunfo al P. Nacional apoyado por los ruralistas de Nardone que había hecho un acuerdo con Herrera.

-"Breve historia del Uruguay independiente" de Benjamín Nahum, Banda Oriental, 1999. Pág. 153 a 156.
-"Historia III" Editorial Santillana 2001, Pág. 274 a 277.
-"El Uruguya Neobatllista 1946-1958" de Germán D'Elía, Editorial Banda Oriental.



LOS COLEGIADOS COLORADOS Y EL FIN DEL NEOBATLLISMO




Las elecciones de l950 y el triunfo de la 15.- El 26 de noviembre de 1950 se realizaron elecciones. Por el Partido Colorado se presentaron candidatos a presidente por la lista 15 (la lista de Luis Batlle que proponía a Andres Martinez Trueba), por la lista 14 (de los hijos de José Batlle y que se expresaba a través del diario El Día) y por los sectores colorados no batllistas. En el Partido Nacional Herrera seguí siendo el lider aunque se perfiló la figura de Daniel Fernández Crespo con un importante apoyo en Montevideo. Triunfó el Partido Colorado con el 52% de los sufragios (433.450 votantes) y dentro de él, por escaso margen la lista 15 ( la 15 obtuvo el 19% y la 14 el 18%).
Los resultados no fueron positivos para la izquierda, sobretodo para el Partido Comunista que perdió el 40% de los votos de la elección de l946. Sumados los votos de socialistas y comunistas apenas superaban el 4% del electorado. La Unión Cívica se mantenía también en ese porcentaje.


De esta elección se pueden destacar:
a) el papel cada vez más importante que tenía la radio como medio de comunicación para tomar contacto con los votantes. El mensaje de los candidatos se dirigió a más gente adaptandose a las técnicas publicitarias: repetir sloganes incansablemente para penetrar la mente de los votantes.
b) cambió el papel del club político que de “escuela de civismo”, centro de formación donde se enseñaba a valorar la democracia y los derechos del ciudadano, se transformó en el lugar donde se iba a obtener el empleo público, la tarjeta de recomendación para hacer alguna gestión en oficinas públicas o apresurar el trámite de una jubilación. Se desvirtuó así su papel y contribuyeron a rebajar la moralidad pública tanto del que daba como del que pedía el favor.

 

Luego de asumir la presidencia Martinez Trueba (1marzo de 1951) comenzaron las conversaciones de los dirigentes políticos para reformar la constitución, introduciendo un Poder Ejecutivo colegiado. Esta era una vieja aspiración del batllismo y ahora fue relanzada por la lista 14 con apoyo de dirigentes de la 15 y contó también con respaldo del hererismo. El respaldo de los herreristas, impensable en el pasado, se debió seguramente a dos razones: 1) previendo la candidatura y el triunfo de Luis Batlle para las próximas elecciones se diluía su importancia en un ejecutivo colectivo; 2) el colegiado permitiría a los blancos, aunque fuera en minoría participar del gobierno y repartir más cargos (hacia casi un siglo que el Partido Nacional no ganaba una elección). La reforma se puso a votación en diciembre de 1951 siendo escasa la participación popular: sólo el 37% de los ciudadanos habilitados concurrieron. Cambiar la constitución no era el principal problema que debían atender los uruguayos como lo manifestó el propio Luis Batlle.




LOS COLEGIADOS COLORADOS Y EL FIN DEL NEOBATLLISMO.-
La principal novedad de la constitución de 1952 era que en el Poder Ejecutivo, en lugar de un presidente, había un Consejo Nacional de Gobierno compuesto por 9 miembros: 6 por el partido más votado y 3 por el que le seguía en votos . También las Intendencias se integraban en forma colegiada.
El colegiado conservador (1952-54).- El primer Consejo Nacional de Gobierno no fue elegido por la ciudadanía sino por la Asamblea General. Le correspondieron 6 integrantes al P. Colorado (4 para la 15, 2 para la 14) y 3 al P. Nacional. El nuevo gobierno debió enfrentar las dificultades económicas y sociales que vinieron después de la guerra de Corea y que anunciaban los problemas mayores que vendrían en la segunda mitad de los años 50. Cayeron los precios de los productos exportados por Uruguay y comenzó a disminuir el salario real. Diversos gremios comenzaron a realizar reclamos y huelgas. El Consejo de Gobierno recurrió a tomar medidas prontas de seguridad que estaban previstas en la constitución para casos de grave conmoción interna. De esta forma declaró ilegales algunas huelgas, clausuró locales sindicales, detuvo dirigentes obreros. Los sindicatos se movilizaron no sólo por reclamos salariales al disminuir su poder adquisitivo sino en defensa de sus derechos sindicales como la huelga de funcionarios públicos.
Luis Batlle desde el diario “Acción” habilmente fue marcando aquellos puntos en los que discrepaba con el gobierno (aunque integrantes de su lista 15 eran parte de él). Así mantuvo su popularidad intacta para las elecciones de 1954 en las que triunfó nuevamente el P. Colorado distanciandose claramente la lista 15 del resto de las listas coloradas. En el P. Nacional bajaron los sufragios herreristas que casi fueron igualados por los de Fernández Crespo.
El colegiado de la 15 (1954-58).- El triunfo de Luis Batlle demostró el peso de su figura y el apoyo popular a su propuesta de retornar al diálogo con el movimiento sindical y a mantener el “estado benefactor” a pesar del clientelismo político y las denuncias de corrupción. “Luisito”, como se le llamaba popularmente, intentó retomar el camino andado durante su presidencia. Se dio nuevo impulso a las industrias en especial las que usaban materia prima nacional como la lana y se buscó abrir mercados para las exportaciones. El propio Luis Batlle viajó a EEUU para reclamar la apertura de aquel país a los textiles uruguayos.



Benito Nardone, "Chico-Tazo"
Pero la situación ya no era la misma de años anteriores. Politicamente Luis Batlle no tenía una mayoría parlamentaria por lo tanto se veía obligado a negociar acuerdos con la lista 14. Economicamente Uruguay ya no tenía los ingresos que habían dejado la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Corea. La situación internacional había cambiado: Europa había culminado su reconstrucción y su producción comenzaba a competir; el Fondo Monetario Internacional comenzaba a ejercer presión sobre América Latina.
Los sectores sociales desconformes reaccionaron en defensa de sus intereses. Los estancieros que siempre se habían opuesto a las medidas de Luis Batlle y en especial al contralor de las exportaciones y los tipos de cambio múltiples, retenían la venta de lana presionando al gobierno para que este les pagara más pesos por los dólares que ellos recibían de las exportaciones o vendían el ganado a Brasil de contrabando para obtener más ganancia y dejaban sin carne a los frigoríficos y a la población. Fue en el campo donde se formó el movimiento más crítico hacia la política económica del neobatllismo al formarse la Liga Federal de Acción Ruralista dirigida por Benito Nardone. Este, a través de una audición en CX4 Radio Rural y con el nombre de “Chico-Tazo” realizó una campaña de desprestigio no sólo del gobierno, sino del estado benefactor, del estatismo batllista y del sistema político en general. El prestigio creciente de Nardone en la campaña lo hizo imprescindible para los sectores más conservadores opuestos a las reformas neobatllistas a las que consideraba “socializantes” (llamaban a los quincistas “comunistas chapa 15").
Por su parte los industriales, grandes beneficiados de la política de Luis Batlle, al ver reducidas sus ganancias, ya no aceptaron facilmente las leyes que beneficiaban a los trabajadores. Estos a su vez , al ver disminuir su salario real, aumentaron las movilizaciones y huelgas que, en el año 1958, coincidieron con las protestas estudiantiles que reclamaban la autonomía universitaria.
1958: el naufragio del neo-batllismo.- Hacia 1958 las dificultades llegaron al máximo: las reservas de oro habian disminuido enormemente; las exportaciones bajaban en cantidad y precio; aumentaba el déficit de la balanza comercial; la inflación era incontrolable.
A esto hay que sumarle la escasez de carne, producto básico de la alimentación de los montevideanos, y de otros productos que tenían precio fijado y que se ocultaban para vender clandestinamente a un precio mayor al autorizado.
La impopularidad del gobierno crecía en medio de las críticas. Muchas de las críticas se originaban en la corrupción, el reparto de cargos, el clientelismo y privilegios abusivos de los políticos (por ejemplo la ley que permitió a los legisladores importar autos sin pagar impuestos) que no eran responsabilidad exclusiva de los seis consejeros de la lista 15, pero se identificaba a esta con el gobierno y a este con los males que se padecían. Al acercarse las elecciones el gobierno trató de recuperar popularidad y se promovieron algunas leyes que satisfacían los reclamos sindicales (asignación familiar al desocupado, seguro de enfermedad a los obreros de la construcción, etc) y estudiantiles (Ley Orgánica de la Universidad que le concedió una amplia autonomía). Pero era demasiado tarde.
Las elecciones de noviembre de 1958 dieron el triunfo al P. Nacional apoyado por los ruralistas de Nardone que había hecho un acuerdo con Herrera.
A pesar de la derrota el quincismo siguió siendo el grupo mayoritario dentro del P. Colorado y Luis Batlle su figura más importante hasta su fallecimiento en 1964.
                      





 

 
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